viernes, 28 de junio de 2013

CLAVES PARA UNA FAMILIA FELIZ

"...pero yo y mi casa serviremos a Jehová." Josué 24:15

  Todos queremos una familia feliz. En nuestra sociedad cada día abundan más los divorcios, los malos tratos, la infidelidad, la incomunicación, el egoísmo... ¿Qué está pasando? Parece que todos los hogares se deshacen a nuestro alrededor pero en cambio todos queremos una familia feliz. ¿Qué hacer? Aquí hay siete claves para una familia feliz. No son una fórmula mágica, pero aplicarlas en casa puede marcar la diferencia.

1. COMPROMISO. La familia fue diseñada por Dios con el fin de ser de apoyo a cada uno de sus miembros y para promover las relaciones y el desarrollo de todos nosotros. Pero lo que más seguridad da a los hijos es ver que sus padres son un equipo. Que están unidos y comprometidos a construir un hogar.  En nuestra sociedad individualista todo es confuso. No se sabe que es ser hombre y que es ser mujer, pero hemos sido creados diferentes para complementarnos. Y compromiso supone también fidelidad; no sólo fidelidad sexual en el matrimonio, sino en el tiempo, la dedicación, la compañía... ¿O está ocupando el trabajo el lugar de tu marido o de tu esposa? ¿Estás escuchando la TV en vez de escuchar a tus hijos? El compromiso trae seguridad y paz.

2. EL TIEMPO.  El tiempo es un bien precioso, y muy escaso, por eso el tiempo que dediques a los tuyos mostrará el compromiso que tienes con ellos. El tiempo es como el aire: hace falta un mínimo para vivir, y la familia sin tiempo para los suyos se va ahogando. "Los padres han sido sustituidos por el plástico" - decía una profesora de preescolar. Y es verdad, porqué el niño pasa más tiempo con sus juguetes que con papá y mamá. Se hizo una encuesta a mil personas mayores de 80 años preguntándoles qué harían ahora que no hicieron durante su vida, y la respuesta que ocupó el segundo lugar en importancia fue: "Pasaría más tiempo con las personas a las que he amado".

3. COMUNICACIÓN.  Dice una cita bíblica: "Todo hombre sea pronto para oír, tardo en hablar, y tardo en airarse" (Santiago 1:19). Pero ¿Cuántas veces nos gritamos en vez de hablar? La comunicación sincera, transparente, en la que se hable, se escuche y se comprenda, es a la familia como la savia al árbol.  La comunicación auténtica y honesta permite que todos expresen cómo se sienten, qué quieren y qué piensan, sin reproches ni críticas.  ¿Y no es la intimidad sexual una forma de comunicación? ¿Y qué comunicas? ¿Deseo u obligación? ¿Interés en el placer del otro o egoísmo? ¿Amor o resignación? En toda comunicación debe haber respeto y amor.

4. AMOR.  El amor es lo que mantiene viva una familia. Sin amor un bebé muere, un adolescente se mete en drogas y el matrimonio se convierte en funeraria. El amor no se "hace", sino que se vive, se cultiva, se muestra y se expresa de una manera práctica día a día. Cada vez que le dejas ver a tu esposo lo contenta que estás de él; cada vez que les dices a tus hijos lo bien que han hecho los deberes; en cada pequeña cosa puedes decirles "te quiero". Qué poco alabamos a los nuestros y cuán fácil resulta criticarlos, ¿verdad? Si amas a los tuyos deja que lo sepan. Piensa: ¿Cómo puedo expresar amor a cada miembro de mi familia?

5. FE.  La fe es uno de los ingredientes más ausentes en las familias de nuestra tierra.  Se hizo un estudio sobre la fe y la vida familiar, y se averiguó que la fe en común y una vida religiosa auténtica conlleva mayor felicidad en el matrimonio, menor número de divorcios y separaciones y una vida más larga. Unos padres que tengan una fe personal y viva en Dios, un hogar en que Dios sea el centro tendrá una influencia beneficiosa sobre los hijos. Disfrutarán de una mayor seguridad, una sensibilidad por lo no material, una ética solidaria, etc. Pero hablamos de una fe real, no de ir a la iglesia por compromiso, no de hablar una cosa y hacer otra... ¿Qué dios adoran en casa? ¿La tele, el trabajo, el coche... o a Dios?   Dice el profeta Isaías: "Los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águila; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán" (Isaías 40:31).

6. SOLUCIÓN DE CONFLICTOS.  Dicen que hay tres cosas seguras en esta vida: Impuestos, Muerte y Conflictos. Todo puede producir conflictos en el hogar: matrimonio, hijos, estrés, agotamiento... Pero el problema real no es el conflicto, sino más bien ¿qué hacemos para solucionarlo?: ¿Gritamos? ¿Salimos corriendo? ¿Nos hundimos? ¿Nos insultamos? Afrontemos los problemas con serenidad y de manera constructiva, pensemos que nuestros hijos aprenderán de nosotros a enfrentar los conflictos e imitarán lo que vean en casa. ¿Sabes quién sufre más cuando dos elefantes se pelean? La yerba. En cada conflicto matrimonial piensa en tus hijos, porque ellos son los que más pueden sufrir.

7. SERVICIO.  La familia no debe ser un centro de egoísmo, sino un centro de apertura y de ayuda a los demás. La familia, unida, puede fortalecer a los otros y ayudarles a crecer. La gran mayoría de problemas familiares y psicológicos tienen su origen en un exceso de auto-contemplación. Nos miramos tanto a nosotros mismos que como Narciso podemos llegar a creer que nuestro ombligo es el centro del universo. Está bien cuidarse, arreglarse, ir limpios, presentables y ser agradables a la gente, pero hay una joya aún mucho más preciosa que es "un espíritu afable y apacible", como escribió el apóstol Pedro (1 Pedro 3:4).

Debemos ayudar a otros como familia, porque nadie es tan rico que no necesite ayuda ni tan pobre que no la pueda dar. El propósito de la vida no es vivir para uno mismo, sino poder mirar atrás y ver que has podido ser de ayuda para muchos y has vivido según la voluntad de Dios.

CONCLUSIÓN.  Para concluir, recordemos que una familia sólida y feliz tiene 7 características:

l. Todos están comprometidos los unos con los otros.

2. Pasan tiempo juntos.

3. Tienen una buena comunicación.

4. Se quieren y se expresan amor entre ellos.

5. Tienen fe en Dios y una vida espiritual real.

6. Son capaces de resolver sus conflictos.

7. Tienen un proyecto de vida y de servicio.

¡Y que Dios nos bendiga! ¡Amén!  

lunes, 17 de junio de 2013

Cultura y Servicio Cristiano

¿Cómo afecta el bagaje cultural a nuestra acción cristiana?

Quiero compartirles una historia personal que considero ayuda a explicar nuestra falta de efectividad al momento de plantear cambios en los modelos, los paradigmas, de las estructuras organizativas de la Iglesia. Les confieso que puedo estar terriblemente equivocado. Les confieso que no tengo ningún interés personal, ni de lograr “fama” o prestigio, ni, mucho menos, menoscabar la fama o prestigio de ninguna persona nacida o por nacer.

Por largos años fui estudiante del devenir histórico de Puerto Rico. En mi interés por conocer los antepasados, la existencia heredada, las condiciones presentes y las posibilidades futuras, dediqué largas horas, días, años y esfuerzos al estudio de la historia de Puerto Rico. Una de las áreas de mayor interés fue entender por qué existía tanta disparidad, diferencia, entre el proceso de desarrollo social de Puerto Rico (y, en esencia, de toda América Latina) con respecto al desarrollo social del Norte América.

En el proceso de estudiar este fenómeno, que se ha utilizado para deshonrar y humillar nuestra nacionalidad, descubrí que existe una teoría que ayuda, en parte, a explicarlo. Es la teoría de Stanley & Stanley, dos historiadores británicos que se dieron a la tarea de encontrar explicaciones al mismo problema.

Según esta teoría, la disparidad se debe, en parte, a “la herencia colonial.” Mientras Norteamérica fue colonizada por la Gran Bretaña, cuna de la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo; Suramérica (a excepción de Brasil), fue colonizada por el imperio decadente, retrogrado, de la monarquía moribunda de los Reinos de Castilla y Aragón (a los cuales les tomaría otros dos siglos en advenir al Renacimiento y llamarse finalmente “España”.)

Este imperio decadente mantuvo a sus colonias en ultramar por cuatros siglos (en el caso de Cuba y Puerto Rico) con el único sistema administrativo posible: “la centralización.” España tenía que mantener control de todo lo que entraba y salía de sus colonias. Para lograrlo, desarrolló un sistema que dependía de la confianza en la persona, el individuo, que se colocaba a cargo del gobierno y sus instituciones. Algunos de estos cargos fueron vendidos y algunos eran “de por vida” (vitalicios). Algunos cargos eran hereditarios, se podían pasar de padres a hijos. De esta manera se mantenía un control extraordinario.

Otra manera de mantener este tipo de control lo fue la creación del sistema de sellos notariales y sellos de rentas internas. Todavía hoy se practica que, para darle oficialidad a un documento o transacción, haya que “comprar” un sello. Un resultado evidente de este sistema de gobierno y de administración “a ultramar” fue la “personificación” del oficio público y el control.

La herencia colonial española nos legó una impresión equivocada de lo que significa “el cargo público.” Realizar una buena labor en la gestión pública representaba un logro personal, es decir, de “la persona.” De ahí que toda persona que se involucra en un cargo público, piense que lo importante es “quedar bien”. Es decir, “es cuestión de imagen.” Si la gestión resulta insuficiente o mediocre, la persona “el líder” queda desprestigiado y desprovisto de ninguna oportunidad de aprender a hacerlo mejor.

Algo similar ocurre con las instituciones no-gubernamentales, no-públicas. Hemos copiado el sistema público para exaltar al ser humano y no la gestión “pública” (que de por sí implica a un grupo de personas.) Al centralizar la atención en “el individuo”, la persona, hemos perdido la oportunidad de replicar los estilos que pudieron haber dado resultado, por aquello del “qué dirán”; de que “lo hizo igual que fulano.”

Vivimos en un sistema de valores que se ha colocado al revés del Reino de DIOS. Cuando se supone que sirvamos, exigimos beneplácito y fama, reconocimiento y reverencia. Cuando se supone que formemos un “Equipo de Cristo” para dar testimonio de que ÉL nos invita a regresar a la casa, al hogar paternal; nos comportamos como “hermanos mayores.” Cuando se espera que allanemos, enderecemos, preparemos el Camino para que todos y todas se puedan encontrar con el Padre regresando a casa, nos comportamos como capataces y “alter-egos,” “jefecitos,” como “dueños de la casa.”

Debemos aprender del Siervo Sufriente, Cristo. Su efectividad no dependió de quiénes dirigían, de quiénes trabajaban como líderes religiosos, sino de servir. Su efectividad recae, todavía hoy, en el hecho de que EL quiere que todos y todas sus discípulos seamos del “Equipo de Cristo” y lo que desea es que los demás experimenten lo que nosotros y nosotras hemos experimentado. Para eso vino Jesús, para mostrarnos, con su ejemplo de SERVICIO, El Camino de regreso a la Casa de Papá. Sublime Gracia que me alcanzó...en el Camino...

Nadie se llame a engaño: si queremos crecer en el Reino de DIOS tenemos que servir, servir, servir. Recuerde: “hay personas que no viven para servir y, por lo tanto, no sirven ni para vivir.” “El que sirve, sirve y el que no, no sirve.” Si Jesús mismo dice que no vino para ser servido, sino para servir, ¿Cómo pues pretendemos nosotros convertir a los demás y hasta a DIOS mismo en siervos nuestros? Es al revés: tenemos que servir a los demás, y haciendo esto, servimos a DIOS. ¿Amén? ¡Amén!

Pastor Juan G. Feliciano-Valera